El cuerpo simboliza las limitaciones que imponemos a nuestra mente

Nuestro cuerpo es un medio de comunicación; lo usamos para ofrendar ese amor que somos a nuestros semejantes. Por lo tanto, nuestro cuerpo no alberga deseos, puesto que no es más que un conjunto de herramientas. Es un artilugio en nuestras manos que no hace ningún tipo de juicio sobre sí mismo, que no tiene ninguna idea en torno a su función: nosotros le damos su verdadero valor. Lógicamente, al identificarnos con él, le estamos privando al cuerpo de aquel que le da su verdadero valor. Es como si un mecánico de repente se vuelve loco y se imagina que es una caja de herramientas; evidentemente está privando a sus herramientas de cumplir su función: el valor de las herramientas está en el uso que de ellas haga el mecánico.

En definitiva, nuestro cuerpo no tiene deseos: castigar a nuestro cuerpo por ellos no es más que la expresión de la demencia. Nuestro cuerpo no tiene vida propia de por sí: es lo que nosotros decidamos que sea, dependiendo de que nos percibamos a nosotros mismos como entidades amorosas o meros sujetos sometidos al miedo. Cuando somos amor, le damos su verdadero valor al cuerpo, que cumple su función oferente (son dispositivos de un amor que permanentemente se renueva en su ofrenda); cuando el miedo nos toma, percibimos al cuerpo como una especie de escondite y en él erigimos nuestra falsa seguridad, con la conciencia de que no es permanente... Un alma eterna escondida en un cuerpo (en la locura de creer que esto es posible) es como una mente que se oculta en uno de sus pensamientos. Este extraño cóctel de alma eterna y carne caduca da origen a ese mundo de deseos, que, presos del engaño, percibimos como algo natural... Al negar los valores de nuestra alma y al imaginarlos en nuestro cuerpo fabricamos unas caricaturas efímeras de ellos. La necesidad de ofrendar amor se transforma entonces en expresiones más degradadas, como el deseo sexual (necesidad de robar placer de entidades percibidas como ajenas a nuestra naturaleza). Escondidos en el cuerpo, no sabemos lo que es el amor. Puesto que el amor es la libertad infinita de nuestro verdadero ser. Ese poder infinito de nuestras almas, del mismo modo, se convierte (en la locura de creer que esto es posible) en la idea de que podemos hacer daño a nuestros semejantes, y de ahí proviene esa absurda pseudo satisfacción del sujeto egótico tras causar un aparente perjuicio a sus hermanos. De esta forma, el cuerpo sólo simboliza las limitaciones que imponemos a nuestra mente y, dentro de esas limitaciones, el falso amor, la falsa libertad, el falso poder y la falsa bondad que rigen el mundo.

Jesús María Bustelo Acevedo

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