La falsedad de la muerte

La falsedad de la muerte está en su propio concepto: si todo muere, ¿cómo es que la muerte no puede hacerlo? La única ley de la muerte: todo muere, la condena a ella misma; más que condenarla, evidencia que no existe. Por lo tanto, aceptar la ley de la muerte conlleva inevitablemente a vivir en la locura de ser menos que la muerte (menos que lo muerto, es decir: que la vida que somos es menos que lo muerto que no somos estando vivos)... Odio, envidia, depresión, ansiedad, miedo... Todo ello es la expresión de esa locura que produce la fe en la muerte... Claro que si la muerte no muere, será porque no vive, y si no vive no puede matar a nadie. Es curioso que aquel que se somete a esa ley de la muerte imagine que Dios ha muerto como consecuencia de dicha ley, pero no quiere imaginar esa ley de la muerte aplicada a la propia muerte. Si Dios muere y la muerte no, entonces para esa persona la muerte se convierte en dios. No es que sea ateo, es que su dios se llama muerte. Un nuevo dios falso, tan falso como los dioses que pueden morir o cuya evocación impele a los hombres a querer privar de la vida a sus semejantes (como cuadra con un dios-muerte), esa vida que ni empieza ni termina porque su realidad no se expresa en el tiempo. La muerte es muerte, no puede por lo tanto ser vida; sólo en la locura de la fe en el dios de la muerte se le otorga vida a la muerte: otorgar vida a la muerte es privarla de su "naturaleza", por lo tanto el "devoto" de este dios lo traiciona cada vez que lo venera. Hasta la razón más convencional nos lleva a la conclusión de que la vida siempre es vida y la muerte siempre es muerte (es decir, no existe). Pero no es la lógica mundana la que nos da la certeza de nuestra eternidad, sino el amor verdadero que hay en nuestro corazón, allí donde Dios puso el Reino de los Cielos, allí donde no enfocan nuestros sentidos pero sí reside nuestra Voluntad.

Jesús María Bustelo Acevedo

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